Se suele recomendar a
los autores noveles que escriban sobre aquello que mejor conocen. De tal
consejo resultan, por lo general, novelas de iniciación a la vida, líricas y
autocomplacientes, en las que protagonista, narrador y autor se hacen
indistinguibles. Fernando, ese chaval de aire ausente, serio a veces, siempre
afable, al que suele verse durante los recreos inclinado sobre un libro, o dos,
o tres, ha resultado ser como autor tan disciplinado y obediente como lo es
como alumno y ha seguido al pie de la letra la recomendación. El resultado, sin
embargo, está lejos de ser uno de esos relatos autocomplacientes a los que
antes hacía referencia. Y es que lo que mejor conoce Fernando son los
entresijos de la Historia de Roma, como bien he podido comprobar yo misma
durante estos ¡casi tres cursos ya! en que he tenido la suerte de disfrutarlo
como alumno de Latín y Griego.
Así que, en lugar de
hablarnos sobre sí mismo y adscribirse al subgénero de la confesión
adolescente, Fernando toma distancia y nos ofrece un estupendo relato de
aventuras ambientado en los comienzos de las Guerras Cántabras (29 a. C.) en un
agreste, frío y lluvioso valle norteño que a todos resultará de lo más
familiar. No en vano se llama Amania y está presidido por una montaña de forma
singular rebautizada para la ocasión como Roca del Druida. Hasta allí llega
Eidan Acha, Albius, reclutado como
traductor por Marco Albius Flavus, un prefecto romano tan sádico como
imprevisible enviado para apoyar a los autrigones, tribu aliada de Roma, en su
resistencia contra las razzias
cántabras. Lo que sigue es el relato en primera persona -todo un acierto- de
las idas y venidas de Eidan, no tanto un héroe como un superviviente, en el que
hay lugar para luchas, emboscadas, torturas, amistad, humor inteligente -marca
de la casa- y, sobre todo, cruentas y vividísimas batallas, en las que Fernando
demuestra su dominio de la estrategia militar romana y que es capaz de
entusiasmarse con la prosa de Julio César bastante más que quien desde aquí os
habla, que ya es decir.
Si, como espero, habéis
llegado hasta aquí, habréis advertido ya lo orgullosa que me siento de tener a
Fernando como alumno, no porque yo haya tenido nada que ver en su interés por
la Historia de Roma, pues, como a mí me gusta decir, nuestro talentoso amigo
nos venía así de serie, sino porque quiero creer que casos como el suyo y el de
otros tantos pocos que me han tocado en suerte, arrojan esperanza en estos
tiempos sombríos de pragmatismo extremo que tan acogotados tienen al Latín y
Griego en particular y a las Humanidades en general. Así que, por la parte que
me toca, Fernando, gratias et
congratulationes plurimas!
Y vosotros, mis jóvenes amigos, leed Amania de Fernando Pérez Sañudo.
Cecilia Blanco Pascual, Caecilia