miércoles, 28 de noviembre de 2012

THE SECRET DIARY OF ADRIAN MOLE (SUE TOWNSEND)


Bajo el impresionante chaparrón nos escribe Estíbaliz, nuestra muy anglófila Jefa de Estudios, para animarnos a leer con ella y con algunos de sus alumnos El diario secreto de Adrian Mole, de Sue Townsend, que, por lo que nos cuenta, parece un perfecto ejemplo de que, cuando las historias son buenas, nunca pasan de moda. Desde aquí, ¡cómo no!, le agradecemos su recomendación y le decimos desde ya que nos ha convencido, so... would you lend it to me, please? Thank you, Estíbaliz!
                                               
Los alumnos de 1º de Bachillerato están leyendo este trimestre la versión adaptada por Burlington Books de The Secret Diary of Adrian Mole. He de reconocer que por primera vez una alumna me ha contestado un sincero “sí” a la pregunta “do you like this book?” sin añadir ningún “pero” después.
El libro es el diario de Adrian Mole, un joven de 13 años (y tres cuartos), aficionado a la lectura y decidido a ser poeta, que nos cuenta desde su peculiar punto de vista la relación con su familia y amigos, sus preocupaciones y aspiraciones e incluso comenta algunas cuestiones de la vida de la Inglaterra de los años 80, como el sistema sanitario o la boda real de Carlos y Diana. Aunque se expresa con mucha seguridad, a menudo malinterpreta las situaciones que se dan a su alrededor y esos malentendidos nos hacen reír en cada página. El diario comienza con los buenos propósitos de Adrian para el año nuevo, entre ellos, “dejar de explotarse los granos” y nos cuenta su día a día a lo largo de 1981, cuando su madre se fuga con un amante, su padre pierde el trabajo, se enamora por primera vez y se hace amigo de un anciano de 80 años.
Os recomiendo esta novela que, treinta años después de su publicación, sigue haciendo pasar muy buenos ratos a lectores de todas las edades.
Por Estíbaliz Vizán Martín

sábado, 10 de noviembre de 2012

“EL GUARDIÁN DEL INFRAMUNDO” (FERNANDO PÉREZ) IT IS HALLOWEEN TIME! (II)



Lo prometido es deuda y aquí, Bajo el diente del ahorcado, somos gente de palabra. Una semana después volvemos, pues, con la segunda y última entrega de nuestro especial de Halloween. Viene firmada, ¡cómo no!, por Fernando Pérez, de 4º de la ESO, que en este primer trimestre se está mostrando como un blogger más que entusiasta y se ha propuesto en esta ocasión ponernos la piel de gallina y los pelos de punta con una macabra historia sobre tenebrosos cementerios y gigantescas gárgolas. Leed, leed, mis jóvenes amigos y a ti, Fernando, ¡enhorabuena y gracias! ¡Que cunda el ejemplo!
                                              

Había ido, como cada mes, a visitar la sepultura de mi difunto padre. Esta se hallaba en el cementerio de un pueblo oscuro, oculto entre montañas áridas y prados ocres. Ha pasado ya el tiempo y aun no sé por qué quiso ser enterrado en ese lugar, al que tan solo había acudido un par de veces.
Así pues, ahí estaba, frente a una gran gárgola alada de piedra que se apoyaba en cuclillas sobre su pedestal. Era realmente escalofriante: tenía alas de murciélago, el cuerpo fuerte y escamoso, cuernos puntiagudos y unos dientes afilados como cuchillos. Este monstruo vigilaba desde su muerte la tumba de mi padre, que, ubicada a sus pies, estaba adornada con un pequeño ramo de rosas rojas, el único color vivo en ese cementerio lúgubre, poblado de árboles desnudos y ennegrecidos, y en el que, cuando soplaba el viento, este parecía querer llevarse consigo el alma de quien se atreviera a cruzar su entrada.
Me arrodillé para retirar los hierbajos de la lápida, descuidada y llena de grietas, y a cuya piedra el musgo y el agua habían pasado factura. En silencio, continué limpiando cuidadosamente los bordes de la tumba.
-Mírame -dijo delante de mí un susurro tenebroso.
Levanté la cabeza y dirigí la vista en todas direcciones. No había nadie. Habrá sido el viento, pensé. Volví a mi trabajo, dejando de prestar atención a mis oídos.
-¡He dicho que me mires! Esta vez fue un grito, y no un susurro, lo que trajo consigo el viento.
Volví a levantar la cabeza algo asustado, pero seguía sin reconocer de dónde provenían exactamente aquellas palabras. De repente, un escalofrío recorrió mi espalda y clavé mis ojos en los de la gárgola.
- ¿Qué haces aquí? –preguntó firmemente.
Un aire gélido que partía de la monstruosa estatua me golpeó en la cara.
- Ahora, responde a mi pregunta –insistió con voz amenazadora.
-He… He venido a visitar la tumba de mi padre- contesté yo, aterrorizado.
El monstruo rió de un modo inquietante. Tras una breve pausa, la estatua comenzó a temblar, desplegó completamente las alas y se levantó erguida sobre sus patas, mostrando a una bestia descomunal que medía más de dos metros de altura. El coloso soltó un gran grito de liberación. En el momento en el que yo intentaba levantarme para salir huyendo, el suelo se abrió bajo mis pies.
Me deslicé por un terraplén, hasta caer en un pequeño habitáculo lleno de restos humanos. A mi derecha había una gran roca y, tras ella, un orificio del que provenía la luz rojiza de un fuego.
Una gran llamarada salió del agujero y comenzó a propagarse hacia mí con extrema rapidez. Intenté escalar por el terraplén, pero resbalaba continuamente y, en varias ocasiones, el fuego me alcanzó los talones.
Finalmente, conseguí llegar hasta arriba y levantarme. La bestia chilló aun más fuerte. Comencé a correr. Una fuerte explosión salió del agujero, lanzándome unos metros adelante. Aterricé en el suelo boca abajo, me giré y sentí sobre mí la fría mirada de la estatua. Al levantarme, salí corriendo a toda prisa y, jadeante y al límite de mis fuerzas, conseguí huir del cementerio.
Jamás he vuelto a visitar los restos mortales de mi padre, pero hay quien dice que, especialmente en las noches de luna llena, se escucha el batir de alas de un extraño animal que sobrevuela las lápidas centrales del cementerio, acompañado del lamento de las almas de aquellos que, con menor fortuna que yo, un día visitaron el inframundo.

Por Fernando Pérez (4º de la ESO)

viernes, 2 de noviembre de 2012

“LA MANSIÓN DE LOS ESPECTROS” (DANIEL RAMÍREZ) IT IS HALLOWEEN TIME! (I)


Es tiempo de viento, frío y castañas bajo el Diente del ahorcado y, por supuesto, es tiempo de pasar miedo. Así lo han entendido nuestros muy arrojados alumnos de 4º de la ESO, que bajo la dirección de María y Javier, sus profesores de Lengua Española y Teatro, decidieron hacérselo pasar un poco mal a sus compañeros de 2º el pasado miércoles. No demasiado, tampoco. Leyeron tan sólo algunas historias de miedo y terror y estoy segura de que más de uno miró bajo la cama antes de irse a dormir y de que encendió más luces de las estrictamente necesarias para recorrer el pasillo... ¿o no?
Sea como fuere, el caso es que algunas de las historias que el otro día leyeron venían escritas por ellos mismos. ¡Ahí es nada! Sus profesores han seleccionado dos de ellas y aquí os dejo la primera entrega. Viene firmada por Daniel Ramírez y es un más que sugerente cuento de terror de los de noches de tormenta, caserones abandonados y, por supuesto, fantasmas del pasado... Todo un clásico, vaya.
Disfrutadlo como lo hemos hecho nosotros y a ti, Daniel, ¡enhorabuena y gracias!
                                              
“LA MANSIÓN DE LOS ESPECTROS”
Adolfo Fuentes, reconocido escritor de misterio, buscando la inspiración para una nueva historia, decidió ir a pasar la noche a “La mansión de los espectros”, llamada así por la gente del lugar porque sus paredes habían sido decoradas con animales grotescos y se decía que quienes habían pasado la noche allí afirmaban haber vivido extraños sucesos. La casona se encontraba en las afueras de Buenos Aires y, desde décadas, pocos se habían atrevido a visitarla, asustados por las terribles historias que habían escuchado contar.
Adolfo llegó pasadas las diez de la noche y tuvo que romper el candado para poder acceder al extenso terreno de acceso. Arrancó su coche y condujo hacia la casa atravesando un largo sendero de cipreses. Allí estaba la mansión, imponente y, a pesar del deterioro que había sufrido a lo largo de los años, aun se podía reconocer en ella la majestuosidad de otra época.
Descendió del automóvil y, cuando se disponía a cruzar sigilosamente el umbral de la casa, le sobresaltó una inesperada llamada a su móvil. Descolgó rápidamente, pero no obtuvo respuesta, solo pudo oír el silencio al otro lado de la línea, por lo que decidió adentrarse lentamente en el enorme hall. De pronto, en el momento en el que se dirigía hacia una de las puertas de la planta baja, escuchó un crujido en las escaleras, situadas a su espalda. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se giró. No encontró a nadie, pero un impulso incontrolable gobernó su voluntad y le obligó a continuar su reconocimiento de la casa ascendiendo por las escaleras. A cada paso que daba, los peldaños traqueteaban bajo sus pies.
Al final de la escalera, distinguió un pasillo aparentemente desierto, aunque tenuemente iluminado por la luz de la luna, que se filtraba a través del resquicio de la puerta de acceso a una de las estancias al fondo del pasillo. De repente, se le heló la sangre al ver que desde esta una pelota, que reconoció al instante, se deslizaba hacia él. Su mente recordó entonces aquel fatídico verano en el que perdió a su mejor amigo a la edad de siete años. Recogió la pelota del suelo y, temblando, encaminó sus pasos hacia la habitación de donde provenía. Podía oír cómo las ramas de los árboles que golpeaban levemente contra uno de los ventanales marcaban el ritmo de sus pasos y, en la lejanía, el eco de una voz infantil llamándole entre susurros.
Cuando cruzó el umbral de la puerta, se quedó inmóvil al reconocer la imagen de su amigo, que se apareció ante él en la penumbra. Cerró los ojos y miró de nuevo, con la esperanza de haber sido víctima de una alucinación, pero permanecía ahí, dirigiéndole una mirada triste e interrogante. Adolfo cayó de rodillas y lloró desconsolado, embargado por la culpa. El espectro de su amigo le tendió entonces la mano y, asintiendo, le ofreció la pulsera que un día fue símbolo de su amistad. Al tomarla, una sensación de paz invadió su cuerpo y su amigo se desvaneció progresivamente, diciéndole adiós.
Las experiencias vividas aquella noche se grabaron en la memoria de Adolfo Fuentes para siempre, quien las plasmó por escrito en estas páginas que ahora escucháis y que alguien encontró casualmente tras su muerte detrás de las paredes de la estancia en la que se reencontró por última vez con su pasado.
Por Daniel Ramírez (4º de la ESO)