viernes, 2 de noviembre de 2012

“LA MANSIÓN DE LOS ESPECTROS” (DANIEL RAMÍREZ) IT IS HALLOWEEN TIME! (I)


Es tiempo de viento, frío y castañas bajo el Diente del ahorcado y, por supuesto, es tiempo de pasar miedo. Así lo han entendido nuestros muy arrojados alumnos de 4º de la ESO, que bajo la dirección de María y Javier, sus profesores de Lengua Española y Teatro, decidieron hacérselo pasar un poco mal a sus compañeros de 2º el pasado miércoles. No demasiado, tampoco. Leyeron tan sólo algunas historias de miedo y terror y estoy segura de que más de uno miró bajo la cama antes de irse a dormir y de que encendió más luces de las estrictamente necesarias para recorrer el pasillo... ¿o no?
Sea como fuere, el caso es que algunas de las historias que el otro día leyeron venían escritas por ellos mismos. ¡Ahí es nada! Sus profesores han seleccionado dos de ellas y aquí os dejo la primera entrega. Viene firmada por Daniel Ramírez y es un más que sugerente cuento de terror de los de noches de tormenta, caserones abandonados y, por supuesto, fantasmas del pasado... Todo un clásico, vaya.
Disfrutadlo como lo hemos hecho nosotros y a ti, Daniel, ¡enhorabuena y gracias!
                                              
“LA MANSIÓN DE LOS ESPECTROS”
Adolfo Fuentes, reconocido escritor de misterio, buscando la inspiración para una nueva historia, decidió ir a pasar la noche a “La mansión de los espectros”, llamada así por la gente del lugar porque sus paredes habían sido decoradas con animales grotescos y se decía que quienes habían pasado la noche allí afirmaban haber vivido extraños sucesos. La casona se encontraba en las afueras de Buenos Aires y, desde décadas, pocos se habían atrevido a visitarla, asustados por las terribles historias que habían escuchado contar.
Adolfo llegó pasadas las diez de la noche y tuvo que romper el candado para poder acceder al extenso terreno de acceso. Arrancó su coche y condujo hacia la casa atravesando un largo sendero de cipreses. Allí estaba la mansión, imponente y, a pesar del deterioro que había sufrido a lo largo de los años, aun se podía reconocer en ella la majestuosidad de otra época.
Descendió del automóvil y, cuando se disponía a cruzar sigilosamente el umbral de la casa, le sobresaltó una inesperada llamada a su móvil. Descolgó rápidamente, pero no obtuvo respuesta, solo pudo oír el silencio al otro lado de la línea, por lo que decidió adentrarse lentamente en el enorme hall. De pronto, en el momento en el que se dirigía hacia una de las puertas de la planta baja, escuchó un crujido en las escaleras, situadas a su espalda. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se giró. No encontró a nadie, pero un impulso incontrolable gobernó su voluntad y le obligó a continuar su reconocimiento de la casa ascendiendo por las escaleras. A cada paso que daba, los peldaños traqueteaban bajo sus pies.
Al final de la escalera, distinguió un pasillo aparentemente desierto, aunque tenuemente iluminado por la luz de la luna, que se filtraba a través del resquicio de la puerta de acceso a una de las estancias al fondo del pasillo. De repente, se le heló la sangre al ver que desde esta una pelota, que reconoció al instante, se deslizaba hacia él. Su mente recordó entonces aquel fatídico verano en el que perdió a su mejor amigo a la edad de siete años. Recogió la pelota del suelo y, temblando, encaminó sus pasos hacia la habitación de donde provenía. Podía oír cómo las ramas de los árboles que golpeaban levemente contra uno de los ventanales marcaban el ritmo de sus pasos y, en la lejanía, el eco de una voz infantil llamándole entre susurros.
Cuando cruzó el umbral de la puerta, se quedó inmóvil al reconocer la imagen de su amigo, que se apareció ante él en la penumbra. Cerró los ojos y miró de nuevo, con la esperanza de haber sido víctima de una alucinación, pero permanecía ahí, dirigiéndole una mirada triste e interrogante. Adolfo cayó de rodillas y lloró desconsolado, embargado por la culpa. El espectro de su amigo le tendió entonces la mano y, asintiendo, le ofreció la pulsera que un día fue símbolo de su amistad. Al tomarla, una sensación de paz invadió su cuerpo y su amigo se desvaneció progresivamente, diciéndole adiós.
Las experiencias vividas aquella noche se grabaron en la memoria de Adolfo Fuentes para siempre, quien las plasmó por escrito en estas páginas que ahora escucháis y que alguien encontró casualmente tras su muerte detrás de las paredes de la estancia en la que se reencontró por última vez con su pasado.
Por Daniel Ramírez (4º de la ESO)

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