Novum annum et faustum omnibus! ¡Feliz
Año Nuevo para todos! Quien desde aquí os habla espera que todos hayáis tenido
unas fiestas más que felices y que hayáis tenido tiempo para disfrutar de la
lectura. Regresamos, por supuesto, llenos de ilusión y, para demostrarlo, os
traemos hoy un magnífico cuento titulado “Wall Street”, que generosamente nos
ha enviado José Antonio López Hidalgo, profesor de lengua y autor de talento
más que probado, avalado, por ejemplo, por el premio Juan Rulfo de novela corta
del año 2006.
En este cuento de tan
contemporáneo título, cuya explicación se aporta en la nota final, realiza José
Antonio una deconstrucción de la leyenda de la guerra de Troya y de sus
motivos, sin que pierda por ello la leyenda un ápice de universalidad. El
motivo del amor, o mejor, del deseo, se sustituye por otro casi tan antiguo
pero bastante más prosaico, el del dinero. Esperamos que lo disfrutéis tanto
como nosotros. Muchas gracias, José Antonio, y, por supuesto, congratulationes plurimas!
WALL STREET
Jose Antonio López Hidalgo
Desde la amplia terraza decorada con
estatuas de leones en actitud arrogante, Palamedes oía el bullicio del gran
mercado en su hora de mayor actividad. Esa era la perspectiva que más le
gustaba, desde una altura en la que la gente parecía manejable, cada hombre
cabría fácilmente en su mano, podría sujetarlo entre los dedos e ir moviéndolo
de aquí para allá, entre los tenderetes, como conviniera al mejor orden del
día, igual que haría con los muñecos de tierra cocida con los que se
representaba la estrategia de una batalla inminente. Palamedes sólo aceptaba
sostener la mirada próxima de uno de los suyos, los semejantes en
responsabilidad y poder, y por supuesto en la capital del reino apenas había un
puñado de ciudadanos selectos que accediesen a esa categoría. Desde la terraza
de los leones no resultaba fácil distinguir los detalles de los negocios que
establecían los mercaderes con sus clientes, pero nada había más previsible que
las transacciones comerciales cuando el optimismo impregnaba la vida de quienes
creían que el éxito se había convertido ya en algo cotidiano. Apoyado junto a
la pata formidable de uno de los leones, Palamedes buscaba en el aire la
densidad de los perfumes, del cuero repujado, de las telas con filigranas de
oro, de las diademas cargadas de piedras preciosas. . . El lujo creaba su
propia atmósfera, fragante y protectora. No existía otro lugar más afortunado
sobre la tierra de las criaturas mortales, el centro del mundo donde todo lo
que merecía la pena acababa por llegar y suceder; Palamedes se sabía impulsor
de ese paraíso de elegidos, y también conocía los esfuerzos, los cálculos con
que debían sustentarse los pilares de estos privilegios. Palamedes había
triunfado porque había sido capaz de adelantarse a los movimientos de los
rivales; nunca le habían atenazado los riesgos, consciente, mejor que nadie, de
la caducidad de los logros, de que un solo error bastaría para arrojarle a la
nada. Y el peligro de equivocarse y perder hacía cada momento más intenso.
Ahora, de nuevo, se avecinaba la necesidad de tomar decisiones irrevocables, la
sangre corría por sus venas con un empuje que no había provocado la madurez
sino el juego de apostar incluso contra el destino. Era también una divisa de
su virtud: si Palamedes se atreve,
Esparta no se echará atrás. Mantenía esta condición con un orgullo
prudente; no ignoraba que Agamenón era celoso de la fama de quienes le
rodeaban: no dudaría en talar un árbol que le diese una sombra incómoda, a
pesar de que con su arrebato pudiera eliminar la belleza o la salud del jardín.
Palamedes advirtió enseguida el vuelo de la túnica de Méntor que se acercaba
por la galería norte.
-Te deseo un buen día, Palamedes. He recibido
tu mensaje, y me pareció tan urgente, y tan poco explícito, que reconozco que
me ha preocupado.
-Sin duda, Méntor, será una preocupación
rentable. Sólo podemos admitir la preocupación que nos conduzca a encontrar
soluciones, suponiendo que debamos buscarlas.
-¿Y debemos?
-Ven hasta aquí, Méntor. Mira el mercado.
Fíjate en la alegría con que unos y otros compran y venden. ¿No es una visión
encantadora? Pero tal vez sean tan felices porque ninguno de ellos es
consciente de las amenazas que se ciernen. Confían en que nosotros mantendremos
esta comunidad libre de adversidades.
-¿Amenazas? Ay, amigo mío, creo que vas a
decirme algo que hará las noches más largas y oscuras.
-Podría ser una tiniebla perpetua si no nos
adelantamos a lo que está por venir. Tú y yo tenemos esa habilidad. Siempre hemos
diseñado lo que tiene que ocurrir para
que nuestro bienestar no se rompa ante los peores augurios.
-Déjame participar de tus informaciones,
Palamedes. ¿Han hablado tus espías de algún daño que vaya a alcanzarnos?
-Esos contactos a los que llamas espías viajan
por todas las rutas conocidas, e incluso se atreven a abrir nuevas colonias en
lugares de cuya seguridad no se sabe nada hasta que se prueban. Navegantes y
mercaderes que son nuestros ojos allá donde puede surgir el engaño o una
situación inestable. Por lo general son prudentes, pero a veces la prudencia
excesiva se confunde con el miedo ante cualquier sospecha. Hay que definir bien
y separar las amenazas reales de las fantasías. Porque una mala gestión de las
noticias puede conducirnos al error, actuar de manera desproporcionada y
crearnos enemigos que no lo eran.
-Lo sé. Y también sé que nadie como tú para
discernir entre lo valioso y la escoria. Si has creado esta alarma para que
acudiese urgentemente a tu cita, debes tener pruebas que la justifiquen.
-En efecto. Tu tiempo es importante y no me
atrevería a desperdiciarlo con rumores que careciesen de fundamento.
-Entonces no prolongues más este camino hacia
la confidencia. Has ganado mi interés por completo. Estoy sobre ascuas.
-No quiero ganarme sólo tu interés, Méntor.
Necesitaré tu apoyo. Porque cualquier duda retrasaría nuestra reacción y, como
te dije, nos conduciría a la tiniebla permanente.
-Nunca he dudado de ti, Palamedes. Tampoco lo
haré ahora. Estoy seguro de que tu información me convencerá. Hay quienes
hablan mucho y sólo ofrecen el aire que han respirado. Pero tú siempre has
obtenido nuestra confianza con hechos. No eres un charlatán, sino el fundador
de los grandes logros de Esparta. Dime, Palamedes ¿de dónde procede lo que hemos
de temer? Vivimos una paz muy rentable desde hace algún tiempo, pero no ignoro
que la paz no dura si queremos seguir manteniéndonos a la cabeza del imperio
aqueo.
-Dices bien. En la cumbre no hay posibilidad
de dormirse. Los vientos más furiosos golpean una y otra vez. En esta ocasión
no los notamos porque se originan detrás de una barrera de credibilidad por
nuestra parte. Pero se preparan. Contra nosotros, Méntor.
-Revélame el nombre del enemigo y actuaré
junto a ti para que se conozca la verdad. Tienes mi palabra.
-Troya.
-¡¿Troya?! Desde hace tiempo firmamos pactos
de no agresión, no ha habido un solo incidente que muestre hostilidad. Nos
respetamos, y eso nos ha hecho más fuertes.
-O más confiados en las apariencias. Y así se
construye la barrera detrás de la cual Troya conspira con sus vecinos para
convertirnos en súbditos. Llevan años organizándose en la sombra. Mientras
redactan documentos de amistad hacia nosotros, los aqueos, buscan en secreto
los medios necesarios para destruirnos.
-No dudo de ti, pero no sé cómo convenceremos
al gobierno y a nuestros aliados. Atacar Troya sin un motivo claro, como creo
que propones, nos conduciría a la desunión y probablemente al principio del
fin.
-Habrá motivo, Méntor. Ya te dije que tú y yo
poseemos la virtud de adelantarnos a los acontecimientos. No atrapamos a la
presa sin haber tejido antes una red en el lugar oportuno.
-No dejas de sorprenderme. ¿Puedo saber cuál
sería ese motivo?
-Recuerda que está previsto que venga
próximamente a Esparta una delegación troyana como prueba de nuestras buenas
relaciones.
-Es una visita marcada por el calendario de
los pactos entre Troya y Esparta. Un asunto bastante ordinario, Palamedes.
-Ahora puede convertirse en excepcional.
Príamo nos envía como huésped a su hijo Paris, un joven arrebatado y temerario,
más hecho a los placeres que a la política. Quiere dar una imagen frívola de su
reino como cortina de humo. ¿Quién desconfiará de Troya si su representante
oficial es un libertino al que no le preocupa nada más que las fiestas, el lujo
y las mujeres?
-Todavía no veo qué camino estás intentando
abrir.
-Nos aprovecharemos de su propia estrategia.
Si Príamo hubiese enviado a Héctor, su hijo sucesor y astuto en las trazas del
poder, no resultaría fácil manejarle. Pero con Paris todo será distinto.
-¿De verdad crees que Paris va a permitir que
lo manejemos?
-No será su voluntad. Pero el deseo carnal de
un hombre como él anula a menudo las indicaciones de la prudencia. Helena es el
símbolo de la belleza, la mujer prohibida, y también el cebo y el error en que
caerá Paris.
-Menelao te cortará la cabeza si sospecha tus
intenciones.
-Menelao no sabrá nada hasta que suceda. No es
difícil disimularle la realidad a Menelao, ya lo hemos hecho en otras ocasiones
¿no es así, Méntor? Gobierna Esparta, en efecto, pero eso no significa que
conozca los recursos que Esparta necesita para existir.
-¿Y Helena?
-Es una mujer ambiciosa. Su leyenda como reina
de Esparta se empieza a estancar en la rutina. Necesita señales de gloria. No
tendrá nada que perder y, en cambio, puede conseguir que su nombre no se olvide
jamás. Yo me encargaré de convencerla.
-Dime cómo lo harás.
-La tentación será irresistible para ella,
igual que ella ha de convertirse en una tentación irresistible para Paris, que
tendrá que raptarla y llevársela a Troya, con su consentimiento. Así<se
provocará le guerra, porque Menelao no admitirá la deshonra, y los demás reyes
aqueos están comprometidos a prestar su ayuda por las alianzas. Si Troya ganara
la guerra, algo que no podemos concebir, Helena sería el motivo y todos los
troyanos la encumbrarían hasta lo más alto. Y si nosotros ganamos la guerra,
como ha de ser, hablaremos a Menelao del sacrificio de Helena, de su entrega
para provocar que los aqueos tomaran las armas y se adelantaran con ventaja a
la traición de Troya.
-Planteas una jugada difícil. La cólera de
Menelao siempre ha nublado su inteligencia y, aunque luego pueda arrepentirse,
sus primeros actos de furia, sus arrebatos, suelen ser terribles. Temo que nos
degüelle a todos, Helena incluida, en cuanto se entere de que le hemos
engañado. Ni siquiera el orgullo de una victoria bastaría para calmar su ánimo.
-La guerra será larga, Méntor, muy larga. Más
que aquellas de las que oímos contar en el pasado y dejaron huella. Troya
opondrá una enorme resistencia. Y el desgaste de batallas continuas, lejos de
casa, cambia a los hombres, especialmente a los guerreros. Menelao querrá
restaurar lo que hoy está viviendo, su felicidad particular, y accederá a lo que
sea con tal de lograrlo. Pero entonces tampoco su poder resultará tan
amenazador.
-¿Haces predicciones o lo tienes todo tan bien
calculado que no temes equivocarte? Los asuntos de los hombres no son un libro
ya escrito que otros hombres puedan leer.
-Nosotros buscamos que los hombres sean
previsibles ¿cómo, si no, realizaríamos con éxito nuestros negocios? La fortuna
consiste en tomar ventaja y conocer el camino que los hombres recorrerán. Los
imprevistos no nos han colocado a ti y a mí en nuestra avanzada posición. No
hay nada que aborrezca más que una sorpresa.
-¿Y estás, por tanto, completamente seguro de
que el ejército apoyará la idea de embarcarse en una guerra larga y cruenta?
-El ejército obedecerá a sus jefes, y sus
jefes tienen compromisos que cumplir, obligaciones a las que no darán la
espalda porque su propia existencia depende de que en esa tela de araña no se
rompa ningún hilo. Además, nos hacemos un favor a nosotros mismos. Los
guerreros ociosos son un peligro. Vamos a ofrecerles un destino glorioso, un
enemigo contra el que combatir y que borrará todas las dudas y las sombras. La
guerra deslumbra a los héroes y los convierte en seres deslumbrantes.
-¡Qué bien vendes tu mercancía, Palamedes! Me
pregunto si alguien de la perspicacia de Ulises también participará de la
claridad de tus planes.
Por primera vez en la conversación el
rostro de Palamedes renunció a la sonrisa arrogante con que había apoyado sus
palabras.
-Ulises. El astuto Ulises que siempre parece
ir por delante de todos los demás. ¿Cómo ocultarle nuestros auténticos
propósitos? Sería una necedad que lo tuviéramos como enemigo. Pero, por suerte
para nosotros, también él está obligado por sus compromisos. No querrá dejar
Ítaca, hará lo posible por escabullirse de sus obligaciones en los acuerdos
entre pares. Yo mismo acompañaré a Menelao hasta Ítaca, le recordaré su pacto
de lealtad. No podrá eludirlo. En cuanto se encuentre lejos de su isla y
respire otros aires, no querrá perderse los grandes acontecimientos que traerá
esta guerra colosal. Ulises ama los desafíos, y por eso acostumbra a esconderse
de ellos en su hogar. Es un hombre prudente.
-¿Y tú? ¿No quieres tú asistir a esos grandes
acontecimientos como protagonista?
-Ah, Méntor, no es esa mi condición. Ya lo
sabes. Nosotros estamos hechos para otra clase de retos. Y la guerra contra
Troya nos dejará las manos libres. Unos rompen los muros y aclaran el paisaje,
y otros trazamos los caminos y, por tanto, la dirección en la que debemos
dirigirnos.
-Así que lo que es bueno para Palamedes es
bueno para Esparta. Veo tus negocios ensanchándose sin medida. Para un ejército
como el que calculas se necesitarán naves, armas, víveres. . . Entonces serás
fabulosamente rico e imprescindible. El ciudadano más poderoso de Esparta.
-Seremos ricos e imprescindibles. Estamos
juntos en esto. Acompáñame a palacio, si te parece oportuno. Tengo que
concertar una entrevista privada con Helena.
Nota del autor: Desde el título, Wall Street, se intenta indicar que con los siglos, y
la cantidad de Historia transcurrida, no ha cambiado la idea de que la guerra
es una de las mejores maneras de hacer negocios –sobre todo para los
vencedores- y que los seres humanos aceptamos ingenuamente, o con apasionada
lealtad, los mitos que pretenden ensalzarlas y justificarlas, o, siendo más
prosaicos, leyendas como la búsqueda de armas de destrucción masiva.