En tiempos nostálgicos nos escribe nuestra ya conocida Caecilia, que se niega con todas sus fuerzas a despegarse del diente del ahorcado en todos sus sentidos.
Esta vez, nos deja una reseña de Les Revenants, una obra francesa de Fabrice Gobert que no piensa usar el tópico Zombie como la gran mayoría de series y películas de hoy en día. Lejos de disparos y muertes brutales, -excepto por algún que otro asesino en serie- nos demuestra que siempre quedan ficciones televisivas al margen del resto, tan especiales como quien hoy nos escribe. Agradezco con creces, cómo no, tu dedicatoria del comienzo y, definitivamente, me has convencido a lanzarme a esta interesante serie de muertos vivientes más cruda y humana. Respecto a la dedicatoria del principio, Gratias Plurimas, el entusiasmo y la ilusión son lo último que se pierde. ¡Muchas gracias por tu reseña y colaboración, Caecilia! Nosotros, por supuesto, también nos llevamos magníficos recuerdos por tu parte.
_______________
FANÁTICOS EN SERIE: LES REVENANTS
(FABRICE GOBERT)
A Jorge E. por no dejar que decaiga el entusiasmo
Los vivos por un lado y los muertos por el otro. Bien claro lo tenían ya griegos y romanos, tal y como certifica una geografía infernal diseñada para disuadir a los aventureros de adentrarse allí donde no les corresponde: un barquero codicioso a la orilla de la laguna Estigia, unas vistas nada agradables de los tormentos que los condenados sufren a perpetuidad y el Can Cerbero como fiero guardián. Sí, las escapadas de los vivos al inframundo les fueron concedidas tan solo a héroes como Heracles, Odiseo y Eneas e, incluso en estos casos, no pasaron de meras visitas de médico. En caso contrario, uno se exponía al desastre. Y no fue más fácil el viaje en sentido inverso. Preguntadle, si no me creéis, a la Eurídice de Orfeo.
Digámoslo de nuevo: los vivos por un lado y los muertos por el otro. Sin embargo, se multiplican de un tiempo a esta parte las ficciones en las que los muertos abandonan su retiro, cualquiera que este sea, y vuelven con ojos desorbitados, andrajosos y tambaleantes a infectarnos a los vivos a base de dentelladas. Sí, los zombies están de moda, por obra y gracia de series como The Walking Dead, películas como Guerra Mundial Z o incluso peculiares adaptaciones de -oh my God!- novelas victorianas.
El punto de partida de Les revenants puede parecer inspirado por esta moda de lo zombie. En un en apariencia idílico pueblo de un valle alpino vuelven a la vida un puñado de muertos de variada edad y condición. Salen de la nada y retornan a sus casas para pasmo de sus familias, si las tienen, con el aspecto que tenían justo antes del momento fatal y sin ser conscientes de que llevan cuatro, siete, diez o treinta y cinco años muertos. Ni farfullan, ni bizquean, ni se tambalean, ni muerden. Bueno, uno de ellos, asesino en serie, sí que muerde a las incautas que han olvidado que tiempo atrás hubo un túnel que no debían atravesar, pues el peligro acechaba en forma de caminante encapuchado. Mas muerde porque lo hacía en vida.
Todos y cada uno vuelven a sus rutinas, o eso intentan: la adolescente que se precipitó con el autobús en el que viajaba, el depresivo que se suicidó el mismo día de su boda, la esposa del profesor Costa, el citado psicópata y un niño un tanto siniestro que encuentra a su particular hada madrina en Julie, una enfermera solitaria. El conflicto se plantea en lo afectivo y lo personal. Este es el primer acierto del planteamiento y se agradece en unos tiempos en que, por lo general, los guionistas se procuran la atención del espectador a base de golpes de efecto cada vez más dramáticos. El segundo no es otro que el eficaz uso del flash-back, nunca gratuito como en la cada vez más lejana Lost, sino perfectamente integrado, como en los mejores capítulos de Orange is the new black. El tercero es el ritmo pausado pero seguro, con una trama que avanza levantando más incógnitas que las que resuelve, es cierto, pero organizadas todas ellas en torno a tres ejes fundamentales: 1. la médium, Lucy; 2. el niño siniestro, Victor; 3. el agua del embalse. Todo ello viene además envuelto en una fotografía y música -a cargo del grupo escocés Mogway- tan sugerentes como misteriosas, propias de un sueño inquietante -¿una pesadilla, quizá?-. El resultado es, en fin, más que notable, pura sofisticación y elegancia y, sobra decirlo, très très français y lleva a quien firma estas líneas a preguntarse, una vez más, ¿por qué en España no se hacen ficciones así?