“de verdad creo que el amor es lo mejor del mundo,después de los caramelos para la tos.”La princesa prometidaWilliam Goldman
A estas alturas de la partida, casi todos sabréis ya cómo termina la saga épica y fantástica del más célebre y mediático mago de la década. Tendréis incluso una opinión formada sobre lo acertado o desacertado del final que J. K. Rowling reservó para the boy who lived, “el niño que sobrevivió”. Vaya por delante que a quien desde aquí os escribe no le gustó nada de nada, ni sobre el papel, ni en la pantalla, el empalagoso epílogo de Las reliquias de la muerte. En otro momento, si queréis, lo discutimos, pues hoy he venido tan sólo a traeros una recomendación que llene el vacío que el final de Harry Potter os haya podido dejar.
Os lo dije el otro día y os lo vuelvo a repetir: “hubo un tiempo en que no todas las historias trataban de niños magos”. Eran, no obstante, igual de emocionantes, o incluso más. Una de ellas lleva por título La princesa prometida y fue escrita por un célebre guionista de cine llamado William Goldman en 1973. Más abajo, a la derecha, podéis ver fugazmente su portada en la sección “Lo que ya debí leer”.
En el imaginario país de Florín la bella Buttercup le jura amor eterno a Westley, su mozo de cuadras, que se hace a la mar en busca de fortuna y es asesinado, ¡horror de horrores!, por un sanguinario pirata. Perdida toda esperanza de recobrar a su amado, Buttercup se promete al muy necio Príncipe Humperdinck pero, justo antes de la boda, es raptada por un trío de lo más peculiar: el más que astuto Vizzini; el muy talentoso y vengativo espadachín, Íñigo Montoya; y Fezzik, gigante aficionado a los pareados. Sin embargo, un peligro aún mayor se cierne sobre nuestra princesa, pues la sombra de un caballero negro se insinúa al fondo de los Acantilados de la Locura. ¿O quizá no? ¿Quién sabe? Nada es lo que parece en una divertidísima y trepidante historia de muertos que vuelven a la vida -¡dos veces!-, mercenarios de gran corazón, improbables venganzas, delirantes persecuciones, lealtad incondicional y... amor verdadero.
¿No suena muy bien? Leed, leed, mis jóvenes amigos.