jueves, 7 de julio de 2011

Digamos, para empezar, que

lo creas o no, hubo un tiempo en que no todas las historias trataban de niños magos, vampiros y hombres lobo adolescentes; en que las brujas, lejos de ser niñas llamadas Kika, eran calvas, tenían los pies cuadrados y daban bastante miedo; en que los crímenes no necesariamente se producían en Suecia y eran investigados por chicas que soñaban con cerillas y bidones de gasolina, sino que tenían forma de acertijos resueltos por tipos sabiondos con pipa o mostacho, llamados Sherlock Holmes o Poirot. Sí, hubo un tiempo en que los piratas no tenían pinta de estrellas de rock, sino que eran despiadados hombres de fortuna con apodos como “el largo” o aventureros capaces de recorrer medio mundo en busca de su amor verdadero. Y hubo un tiempo, lo creas o no, en que la gente se divertía leyendo estas y otras muchas historias robándole horas al sueño a la luz de una vela o una linterna bajo el lema de “una página más, un capítulo más”. De hecho, algunos creemos válidas aún las palabras de aquel sabio llamado Plinio: nulla dies sine linea, que, para los que no estudiáis latín, significan “ningún día sin una línea”; y no, como se suele decir, porque leyendo se aprenda, que también, y mucho, sino porque, cuando se acierta con el libro, leer resulta condenadamente divertido.
Así que, por favor, decidnos, decidnos... ¿con qué libro os habéis divertido o aburrido vosotros? ¿qué historias os tuvieron en vela y leísteis bajo la manta, mientras el frío y la niebla descendían sobre vosotros desde el Pico del Fraile o Diente del Ahorcado?

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