A
solo tres días del Día de San Patricio, que en el Dpto. de Inglés celebrarán
este año con un endemoniado Quizz
-je, je, je-, os dejamos hoy aquí el magnífico artículo que ha escrito para
nosotros uno de sus miembros, Víctor, profesor de Inglés y Francés, músico y
filósofo -no necesariamente en este orden- acerca de algunas muestras narrativas sobre San Patricio
en particular, lo céltico en general y acerca también de la banalización de la
cultura. Desde aquí, por supuesto, le damos la enhorabuena por tan lúcido
trabajo y las más efusivas gracias por haber pensado en nosotros. ¡Ya se oyen
las gaitas!
El Celtic
Twilight ha hecho mucho daño. El día de San Patricio, además del día
nacional de Irlanda, ha pasado a formar parte también de este “Renacimiento
Celta”, de ese gran pot-purrit en el que
encontramos sin ningún rebozo violentas bean sídhes y Morrígans o etéreas
ondinas, leprechauns y Fear Deargs con sus calderos, Fianna y meigas, triskels
y triquetas varias de dudoso significado, princesas pelirrojas con merlines y
arturos, ceilidhs y kilts, Stonehenges y Hallowe’ens...
No deja de ser curioso que todos estos
personajes fueran perseguidos y acorralados en oscuros sídhe por el mismo dios
al que el San Patricio se ocupó de llevar a la isla esmeralda. Porque al fin y
al cabo ese es el gran protagonista de las novelas que hablan (más o menos
lateralmente) de Patricio: la caída del mundo pagano celta y su sustitución por
el monacato y la Iglesia Cristiana Romana. La cuestión es en qué medida los
argumentos son históricamente verosímiles o son víctimas del venenoso y psicodélico
caldero del que más arriba hablaba. Para que veáis un ejemplo: Juilene Osborne-McKnight escribió en
2000 (Plaza y Janés) Una Leyenda Celta:
Historia de San Patricio de Irlanda. Patricio, de leyenda tiene poco y de
celta, nada. Pero además es histórico: Patricio, un esclavo escocés, debe su
legitimidad en Irlanda a las enseñanzas, que como a la
manera de un Virgilio celta, le da nada menos que Oisín. Así entroncamos a
Patricio con los últimos portadores de la sangre y la sabiduría Fianna. Otro tanto
hace (para los amantes de las Sagas inacabables) Stephen R. Lawhead en su pentalogía Ciclo Pendragón, sólo que ahora la “raza” celta viene de un poco
más lejos puesto que Taliesin (el padre de Oisín) es nada menos que uno de los
supervivientes del hundimiento de la Atlántida. Nada más y nada menos. Dado el
desconocimiento generalizado que tenemos del pueblo celta, no es extraño hacer
de él una reliquia de la Edad de Oro.
Una divertida fantasía en cuatro
volúmenes es Las Nieblas de Avalon,
de Marion Zimmer-Bradley. Es donde
más dramáticamente asistimos a la disolución de las creencias celtas en favor
del cristianismo, Arturo y Merlin mismo son espectadores y aún responsables. La
autora en este caso, en ausencia de documentos, recrea con cierta liberalidad
el sacerdocio y el ritual celta y le atribuye un elemento crucial: el
matriarcado. El derrumbe del druidismo implicará también la caída del papel
predominante de la mujer en la sociedad. Ya sabéis de quién es culpa. Aunque
absolutamente fantasiosa en base a los documentos históricos, esta recreación
está muy bien construida, opera con arquetipos muy poderosos y da una muy buena
interpretación del incesto Arturo-Morgana.
Por hablar de novelas en castellano, la
primera, Las Horas Oscuras publicada
por Juan Francisco Ferrándiz en 2012
nos narra las vicisitudes de un grupo de monjes para levantar un antiguo
monasterio en Irlanda bajo la dirección
de un misterioso monje pelirrojo.
Asistimos a un extraño híbrido entre El Nombre de la Rosa, the Strain (de
Guillermo del Toro) y los Chieftains. Se nota el amor por el paisaje, el autor
se recrea en los acantilados costeros, nebulosos, en la sempiterna lluvia; sin
embargo, la sociedad que describe, la oposición entre el aún en pie poder
“tribal” celta (especial mención a una descripción algo sui generis de las leyes breitheamh)
y el nuevo monacato está construida a trazos irregulares y superficiales, y se
agotan como un arcabuzazo en la primera parte de la novela. En la segunda, la
pólvora se nos ha mojado, es lo que tiene Irlanda. A las veces da la impresión
de que ambientes y acciones discurren por lugares distintos: está ambientada en
Irlanda pero podría estarlo en Montecassino o en un tablao flamenco. Además, la
construcción de los personajes y las acciones a medida que se desvelan los
misterios no bastan para sustentar este edificio en el que el paisaje mismo es
protagonista. Tolkien lo sabía muy bien.
Es algo que no ocurre con las dos últimas
novelas de Ana B. Nieto, La huella blanca 2014, Los hijos del caballo, 2015) en la que
la autora ha masticado y digerido muy bien todo el mundo de la Irlanda del s.
V. El protagonista, Ciaran, realiza una búsqueda casi bizantina de su amada,
Olwen, en mitad de un escenario perfectamente documentado: los grandes pagos de
ganado entre los reyes vasallos de Irlanda, la lucha contra un terreno ingrato
(sí amigos, debajo del verde irlandés hay una tierra hostil y si no, echad un
vistazo a El Hombre Tranquilo) y las
luchas entre clanes enfrentados por su dominio, con cortes de cabeza y
maldiciones incluidas (sí, señores, la sociedad celta es supersticiosa y
cortadora de cabezas, así es la vida) e incursiones de cazadores de esclavos a
Escocia. En una de ellas a TABERNIAE, el argumento se desdoblará para seguir
paralela (y hábilmente) la vida de uno de estos esclavos, de repente huérfano,
de repente esclavo en una tierra de bárbaros cuyo idioma y maneras le son
absolutamente ajenas y despreciables. Adivinad quién es.
Quizá al protagonista se le atribuya una
conciencia demasiado nuestra, “demasiado contemporánea” (nihilista en
ocasiones) pero es inevitable, y también resulta evidente que la autora ha de
tomar decisiones para reconstruir elementos de los que, repito, no tenemos
documentación arqueológica suficiente, casi todos relacionados con el tan
traído y llevado druidismo, con el panteón celta (los celtas no eran tan
sistemáticos como griegos y romanos), con rituales y hechizos. Una bella
costumbre en estos casos, es que la autora nos lo indica primorosamente. En
relación al elemento religioso, me permito el lujo de señalar la escena onírica
(o no) en la que Ciaran parece pasar al Otro Mundo y que está descrita con una
prosa tan lírica que no permite distinguir cuál es la verdadera realidad, una
ambigüedad muy típica de la “espiritualidad” celta y aún muy presente en
Galicia (No olvidéis que la última invasión que conquista Irlanda es la de los
hijos de Mil, que proceden de Galicia).
Dicho lo cual, todo es perfectamente
verosímil y creíble porque está fundado sobre certidumbres. Empezaba hablando
del desastre del Celtic Twilight. Una sociedad y una religión tan poco
documentada como la celta está resultando pasto fácil y combustible demasiado
sabroso para el misticismo de la New Age. Conviene separar el grano de la paja
dentro de aquel pastiche de desdiferenciaciones que hoy día se buscan como
alternativa, una alternativa light y sin substancia, sobre todo si no tenemos
ese cuidado del que hablo. Justo lo que le interesa a la misma industria del
“supuesto” pub celta que nos vende del mismo modo San Patricio o Halloween (muy
respetable, por otro lado). Ya veis que lo light da dinero, aunque dudo mucho
que este sea alimento suficiente para sacar a la Daoine Maithe del sídhe en el
que los encarcelaron. Sí es motivo suficiente para que Fionn McCumhaill o
Arturo despierten de su letargo, así que habrá que esperar.
2 comentarios:
He tenido la ocasión de leer el artículo y me alegro mucho, Víctor, de que hayas apreciado de esta manera el rigor y la seriedad que he puesto en estas novelas. Llevo muchos años de estudio y es algo muy valioso para cualquier autor del género histórico. Un abrazo.
Muchas gracias por el comentario. Nos alegramos de que nuestra pequeña esquina haya llegado hasta la autora de una de las obras reseñadas.
Le transmito a Víctor tu mensaje.
Un afectuoso saludo desde el Valle de Mena y su instituto.
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