lunes, 28 de noviembre de 2011

“EL PARTIDO” (ALAN SILLITOE)

Tan sólo unos días después de que todos nos colgáramos el lazo malva contra los malos tratos, nos escribe José Luis, profesor de Cultura Clásica, Lengua Española y Literatura Universal, con esta exhaustiva reseña, tan a punto para la ocasión. Desde aquí, cómo no, le agradecemos su esfuerzo y compromiso con unos y otros y a vosotros, jóvenes amigos, os invitamos a afrontar de vez en cuando alguna que otra lectura que agite y desafíe vuestras conciencias. Así que ya sabéis… Leed, leed.
                                                          

El pasado 25 de noviembre fue el Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Por ello, quería realizar mi modesta contribución enviando un comentario sobre el relato El partido, del escritor inglés Alan Sillitoe. El relato completo está en formato .pdf en la siguiente dirección web:

El relato se enmarca en plena recesión industrial en la Inglaterra de la posguerra. Es un relato de perdedores… Un hombre llamado Lennox, ya cuarentón, y que ha empezado su particular cuesta abajo: un mal trabajo sin ninguna perspectiva de futuro, problemas de salud que empiezan a aflorar, un equipo de fútbol que nunca gana, y una mujer ya envejecida contra la que descarga todas sus frustraciones al llegar a casa…

Dicen que los cobardes sólo se atreven a agredir a los que son más débiles que ellos… Y en esta breve narración se puede apreciar la verdad de esta afirmación: sus hijos, el gato y, sobre todo, su mujer, sufren las iras de un lamentable fracasado machista que convierte en un infierno, no sólo su vida, sino también la de los demás


Lennox y Fred son dos amigos que acuden al estadio un sábado por la tarde para ver a su equipo de fútbol, el Notts County, que se enfrenta al Bristol City.

Desde el principio, el narrador nos presenta a Lennox como un perdedor, un hombre vulgar de la clase media-baja que ha comenzado su cuesta abajo en la vida. Muestra de ello es que ya al principio del relato, nos hace referencia a su pérdida alarmante de visión, la cual le impide ver bien el partido desde la tribuna. Además de fumar y beber durante el partido, Lennox no sólo critica e insulta a los jugadores rivales y a los suyos propios, sino que también protesta contra los espectadores que se le colocan delante.

Lennox tampoco tiene un buen trabajo (mecánico de garaje), y últimamente sus compañeros de labores han empezado a bromear con su ojo bizco. Ha tenido un lamentable incidente con un trabajador al que ha golpeado por reírse de él, y su jefe lo ha amenazado con el despido.

Durante el partido, Fred (que está recién casado) le pica con temas sobre su mujer. Ambos dialogan en una conversación llena de tópicos acerca de sus mujeres, que los esperan en casa con un buen trozo de pastel.

Los insultos hacia sus propios jugadores suben de tono y, aunque aún faltan diez minutos, ambos colegas abandonan sin esperanza el estadio antes de tiempo, en una escena bastante patética.

Entre autobuses que devuelven a las clases medias a sus casas, y entre farolas iluminadas en la niebla, cubos de basura, pequeñas fábricas y casas ennegrecidas, Lennox deja de pensar en el partido:
–Sólo confío en que mi mujer tenga algo bueno preparado para el té…
Su amigo Fred le responde que él no es hombre que refunfuñe por la comida, frase que mosquea a Lennox:
–Tú vives enamorado. Si te pusieran delante un plato de pienso dirías que es una comida excelente…
El narrador describe (con acierto) el ambiente tras el partido: los suburbios de una ciudad en decadencia, los descampados, las farolas, la niebla, el olor a fritura de los fast food, los hombres fumando cigarrillos y comentado las jugadas del encuentro, las críticas al entrenador y a los jugadores, los autobuses que regresan de camino al centro y, sobre todo, esos viejos clichés sobre el mundo del fútbol que siempre acaban por cumplirse:
En todas las esquinas se formaban grupos que discutían y que atormentaban a cualquier chica que pasara, las cuales encontraban en las farolas de gas sólo un aliado debilitado por la niebla…
Ambos amigos llegan a sus respectivas casas y se despiden. Fred le dice a Lennox que ni esa noche ni el domingo podrá quedar con él, ya que le apetece permanecer en su casa realizando algunas tareas.

Lennox comienza a ensañarse con su familia nada más cruzar la puerta:
–Deberías haber encendido el fuego ahí dentro. Huele a moho. No te extrañes si el reloj está hecho papilla dentro de seis meses…
Su pobre mujer, que estaba sentada junto a la lumbre haciendo calceta de un par de ovillos de lana, trata de sobrellevarlo lo mejor que puede:
–Iba a encenderlo hoy, pero no he tenido tiempo…
Entonces Lennox, mientras se sienta a la mesa, la toma con su hija Iris, de catorce años, a la que se dirige en tono amenazante:
–Iris puede encenderlo… Acábate el té después. El fuego hay que encenderlo ahora, conque vamos: espabila y trae carbón de la bodega…
Ante la lentitud de su hija, Lennox se pone en pie y grita levantando la mano:
–No me hagas que te lo diga otra vez. Haz lo que te mandan…
A continuación, se produce una de las escenas más tristes, que reproduzco íntegramente:
–¿Qué hay para el té?
Su mujer volvió a levantar la vista de la labor.
–Hay dos arenques ahumados en el horno.
Él no se movió y siguió, sentado y huraño, manoseando el cuchillo y el tenedor.
–¿Qué? –preguntó–. ¿Tengo que esperar toda la noche para que me den algo de comer?
La mujer sacó un plato del horno en silencio y lo puso delante del marido. Dos arenques pardos humeaban en el plato.
–Uno de estos días –dijo él, al tiempo que arrancaba una larga tira de carne blanca de la espina­– tendremos que cambiar.
–Esto es lo mejor que sé hacer –dijo ella, aunque su intencionada paciencia no logró que su marido dejase de refunfuñar… ni la pobre tenía idea tampoco de qué otra cosa hubiera podido darle en lugar de aquello. Y el hecho de que él lo advirtiera empeoraba todavía más la situación.
–De eso estoy seguro –replicó Lennox.
El silencio es tenso y tirante… Los dos niños pequeños no se atreven a decir nada, su mujer tampoco, Iris aún está intentando encender el fuego, y Lennox termina por propinarle una bestial patada al gato cuando acude a saludarlo. Lennox le da seis peniques a uno de sus hijos para que vaya a buscar el Football guardian, mientras tira la gran totalidad de la comida:
–Esto no lo quiero. Será mejor que envíes a alguno a por unos pasteles. Y prepara té de nuevo, el de la tetera ha perdido sabor.
Lennox siempre convertía la noche del sábado en un infierno, y cada vez que su equipo perdía, el infierno era mucho más evidente:
–Cuando un hombre trabaja toda la semana, quiere té… Manda al niño a por bizcochos…
Pero ese sábado fue distinto a los otros sábados… La mujer de Lennox explotó y, por fin, había decidido rebelarse:
–No vayas. Siéntate –le dijo su madre–. Ve tú mismo –le replicó a su marido–. El té que he puesto en la mesa está más que bueno para cualquiera. No tiene ningún mal sabor, y luego tú te portas de este modo. Supongo que han perdido el partido, porque no veo ningún otro motivo para que tengas una cara tan larga…
Lennox se quedó pasmado y se puso en pie para doblegar a su mujer:
–¿Cómo dices? ¿A qué te crees que estás jugando?
Lennox dejó caer al suelo el plato de pescado de forma deliberada. Luego golpeó a su mujer en la cabeza en tres ocasiones, hasta que la tiró al suelo. Los niños lloraban…

Fred y su esposa escuchaban los alaridos desde la casa vecina, a través de las delgadas paredes:
–¡Parece mentira!¡Sólo porque el Notts ha perdido otra vez! Estoy muy contenta de que tú no seas así…
Poco después cesó el ruido en la casa de los Lennox… La mujer había cogido a los niños y había cerrado la puerta por última vez…

Por José Luis Gutiérrez

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