¡Estudiantes! ¡Compañeros! ¡Miedosos todos del IES Dr.
Sancho de Matienzo! Aunque las temperaturas de estos días invitan más a
recuperar las sandalias y, si me apuráis, el bañador, es tiempo de castañas y
vendavales y, a poco más de una semana del Día de Difuntos, es tiempo, cómo no,
de leer relatos de terror a la luz de las velas y al abrigo de una buena manta.
Conscientes de ello, nuestros estudiantes de 4º de la ESO se
han puesto manos a la obra y han dedicado parte de su tiempo a realizar sus
propias contribuciones al género en que, tiempo ha, destacaron, entre otros,
Edgar Allan Poe, R. L. Stevenson o, por qué no, el muy nuestro Gustavo Adolfo
Bécquer con su El Monte de las Ánimas.
María, su profesora de Lengua, nos envía una selección y nosotros, cómo no,
estamos encantados de dejaros con el primero de ellos, firmado por un viejo
conocido de este lugar, Borja Fayos.
“POR FAVOR, NO LO HAGAS”
(Borja Fayos)
Acababan de empezar las
vacaciones de verano en el instituto de Buttockville y los alumnos salían del
viejo edificio en dirección a sus casas como si este estuviera a punto de
derribarse.
Mario era un chico muy tímido de
cuarto de secundaria que solía pasar las tardes con sus dos mejores amigos,
Sandra y Raúl. Los tres eran bastante solitarios, siempre iban ellos solos y no
les gustaba el contacto con los demás. Los primeros días de vacaciones solían
reunirse bajo el roble centenario del patio de la casa de Sandra y se contaban
historias de miedo. De hecho, era una de las cosas por las que estaban tan
unidos: los tres amaban los cuentos de terror.
Una tarde, Sandra sorprendió a
sus dos amigos con un viejo libro que había encontrado en un antiguo baúl del
ático de la casa de sus abuelos. En la tapa del polvoriento volumen estaban
escritas las palabras “Por favor, no lo hagas”, que despertaron su curiosidad.
Quizás sería la ocasión de descubrir una nueva historia de terror. Raúl, que
era el mayor y el más sensato, manifestó enseguida sus dudas sobre el libro.
¿Cuál sería el misterio que esconderían sus páginas?
Su asombro no pudo ser mayor
cuando, al abrirlo, descubrieron que lo único que contenía era un mapa que
marcaba el camino hacia un edificio situado en el bosque de las afueras del
pueblo, acompañado por una frase de advertencia: “¿Estás seguro de lo que
haces?”. No daban crédito a lo que veían. No era una historia de terror escrita
sino el mapa que les permitiría vivir una. Se miraron indecisos.
De pronto, Sandra lanzó al aire
una propuesta alocada:
-
¿Y si intentamos llegar hasta allí?
-
¿Tú estás loca? –exclamó Raúl, sorprendido por las palabras de su amiga.
-
A mí me parece una buena idea –sugirió Mario-. Vamos, Raúl, será
divertido.
Como de costumbre, tardaron poco
en convencerle de ir al bosque y la noche siguiente, con unas linternas y un
poco de comida, se lanzaron de cabeza a esa arriesgada aventura.
Eran las doce y media cuando
llegaron al punto exacto que indicaba el mapa. Se trataba de la antigua
guardería, por la que hacía diez años que no habían vuelto a pasar y que
llevaba abandonada desde que en ella se había producido un terrible incendio
causado por unos gamberros y en el cual habían muerto calcinados todos los
niños y profesores. Nunca se había vuelto a hablar de ese edificio desde aquel
año y se contaba que aun vagaban por sus pasillos las almas de los niños muertos
durante la tragedia, que esperaban el momento para vengarse de lo sucedido. Sin
embargo, ahora Mario y sus amigos estaban allí, frente a unas ruinas malditas
en medio de un bosque a las afueras de la ciudad, como en sus historias de
terror preferidas.
Pronto se decidieron a entrar,
aunque excitados por saber qué se encontrarían dentro. El primer susto de la
noche llegó enseguida, cuando vieron sobre un viejo pupitre una lámpara
encendida. Los tres amigos sintieron un escalofrío pero en el fondo para eso
habían llegado hasta allí y ni siquiera se plantearon regresar. El miedo les
invadió definitivamente cuando escucharon una voz infantil a lo lejos que les
animaba a huir de la guardería. En ese momento, comenzaron a dudar si seguía
siendo una buena idea permanecer en el antiguo edificio. Sandra, muerta de
miedo, dijo a sus compañeros que quería marcharse pero ahora eran ellos los que
querían seguir adelante para comprobar cómo acabaría la historia.
Caminaron por el pasillo
principal dejando atrás sillas y mesas quemadas, y pintadas en las paredes
ennegrecidas por el humo. Las voces se escuchaban cada vez más cerca pero
siguieron adelante. Al final de un interminable y oscuro pasillo llegaron a una
puerta que llevaba a la clase en la que todo había ocurrido. Cuando abrieron la
puerta, sintieron un escalofrío al ver una sombra tras la mesa del profesor, de
donde surgía un coro de risas esta vez. Estaban paralizados por el pánico sin
saber qué hacer pero era demasiado tarde. De pronto, la puerta se cerró dejando
el aula a oscuras. Se vio entonces cómo un leve destello partía de la mesa del
profesor y las voces se empezaron a oír cada vez más cercanas.
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