Abandonamos
el género de terror -¡buf!- para sumergirnos de lleno en la ciencia ficción,
salpicada, por aquí y por allá, de tintes macabros y de un humor negro marca de
la casa. El título de hoy es “El lunar”, del bueno de Fernando Pérez Sañudo, de
2º de Bachillerato, que ha obtenido el primer premio en la categoría C, para
alumnos de 1º y 2º de Bachillerato.
Dejad de
lado vuestros prejuicios sobre el género porque “El lunar” es un relato redondo
y divertido sobre los peligros de la hipertrofia tecnológica y sobre cómo
aquello que deseamos puede volverse contra nosotros mismos. ¡Enhorabuena,
Fernando!
EL
LUNAR
(FERNANDO PÉREZ SAÑUDO, 2º
BACHILLERATO)
-Como ya les aseguré hace dos meses,
el producto está listo y personalizado según la ficha que rellenaron –les
informó el dependiente que les había atendido la última vez que fueron a
aquella oficina.
Ricardo
Bilbao miró a su esposa con una sonrisa de satisfacción.
-En Corpus Machina nos tomamos nuestro trabajo muy en serio. El 96% de
nuestros clientes aseguran que los productos que ofertamos realizan
correctamente sus funciones y se corresponden con las peticiones y sugerencias
de nuestros compradores –prosiguió apoyando sus manos sobre la mesa- Ya saben
que nuestra empresa fabrica androides basados en modelos humanos. Ustedes, el
matrimonio Bilbao-García, solicitaron el día dieciocho de enero un modelo Gines
con las siguientes características, ¿correcto?
Lobelia
García leyó la ficha que el dependiente había situado
sobre el escritorio y comprobó que cada una de las casillas que contenían los
datos sobre la personalización del producto eran correctas.
Marido
y mujer firmaron en el último recuadro que había en la hoja, junto al sello
azul de la empresa.
-Correcto –sentenció Lobelia Bilbao
y le devolvió la ficha al dependiente.
-Bien, solo queda mostrarles el
resultado final. Después solo tienen que abonar lo que falta del pago y el
producto es todo suyo.
El
matrimonio asintió casi al mismo tiempo mientras el encargado sacaba de un
cajón metálico un mando a distancia que situó sobre la mesa.
-El Gines ofrece múltiples
posibilidades que los modelos anteriores no poseían. La inteligencia artificial
ha sido mejorada, siendo totalmente acorde según la situación que se esté
viviendo. No obstante, ustedes pueden alterarla utilizando estos botones de
aquí o con el control de voz y olvidarse de la tensión de tener una hija
adolescente. Desde Corpus Machina les
aseguramos que no notarán diferencia con ella–explicó entregándole el pequeño
mando a distancia a Ricardo Bilbao.
Este
pulsó el botón de encendido, que se iluminó con una luz amarilla y, en poco
tiempo, su compra entró en la oficina con unos movimientos muy realistas y
naturales. La piel y los cabellos habían sido recreados con gran precisión y
detalle.
-Como pueden comprobar, el resultado
es excepcional.
Lobelia
García frunció el entrecejo cuando observó los pómulos rosados de la réplica
robótica de su hija.
-Pero… Hay un error –anunció con
preocupación.
-Eso no es posible, señora Lobelia, Corpus Machina ha seguido todas las
directrices.
-¡Le digo que hay un serio error!
–exclamó como una energúmena.
Ricardo
trató de calmarla, pues Lobelia padecía de claustrofobia y convenía actuar con
cautela cuando le azotaban aquellos brotes de estrés.
-Falta el lunar de su mejilla
–añadió Lobelia mostrándole al dependiente una foto de carnet de su hija.
-Sin duda algo prescindible
–reprochó el dependiente atándose la chaqueta de su traje.
-En absoluto. Es totalmente
imprescindible. Sin ese lunar es como si no tuviese personalidad alguna. ¡Qué
digo, como si no tuviese cerebro! –lo reprochó Lobelia.
-Como ya he dicho, Corpus Machina se toma muy en serio su
trabajo. Su modelo Gines ha sido probado y funciona correctamente. Miren: ¡Gines
208, habla! –ordenó al robot.
-¡Deja de comportarte como una loca,
mamá! Me avergüenzas –habló con una voz muy humana.
Ricardo
se estremeció en su silla.
-¿No pueden añadir el lunar?
-Me temo que eso es imposible.
-¡Es terrible! ¡Mírala, Ricardo! Ni
siquiera parece una persona –Lobelia se llevó la mano a la frente con
desesperación.
-No se preocupen –sonrió el
dependiente- Después de todo un Gines nunca se estropearía al caer por las
escaleras. Claro que no se puede decir lo mismo de su hija.
Lobelia
lo fulminó con la mirada.
-La política de nuestra empresa
promueve la diversidad y la estética en nuestros productos. Cualquier sinónimo
de imperfección es erradicado en nuestros androides.
Alguien
llamó a la puerta, entrando en la oficina tras los golpes. La figura de Lobelia
García irrumpió en la estancia posando una taza de café sobre el escritorio y,
a diferencia de la clienta García, esta tenía una dentadura perfectamente
alineada y una nariz cuidadosamente proporcionada.
-Gracias, Gines 210 –dijo el
dependiente.
Ricardo
y Lobelia se miraron confusos mientras el dependiente se recostaba en su silla
de alto respaldo acolchado. La réplica robótica de Lobelia se quedó en pie
mirando a los dos clientes mientras que la hija androide se situaba tras ellos.
El dependiente se miró la muñeca, donde un reloj digital reflejado sobre su
piel marcaba las 13:50.
-Como decía, cualquier sinónimo de
imperfección. Por favor, acompáñennos y procederemos a la destrucción de
moldes.
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